José María Arguedas

Temas Arguedianos

Relectura de Arguedas: dos proposiciones

De Patio de Letras 3, Lima 1995.

[Ciberayllu]

Alberto Escobar
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Nota editorial

Entre los estudiosos de la literatura y de la lengua en el Perú, Alberto Escobar ocupa un lugar muy especial, no sólo por la importancia fundamental de sus trabajos de crítica y lingüística, sino por su profunda calidad humana, su calmado don de gentes, su espíritu de maestro universitario.

En su mensaje final de despedida, el 27 de noviembre de 1969, cinco días antes de su muerte voluntaria, Arguedas se refirió a Alberto Escobar como «el profesor universitario a quien más quiero y admiro». La relación entre ambos fue de una gran amistad, y es difícil imaginar una forma mejor de iniciar esta sección arguediana en Ciberayllu.

Me tocó la enorme y por demás improbable suerte de conocer y frecuentar a Alberto y a su familia en esta pequeña ciudad del centro de los Estados Unidos, y ser testigo de cómo lleva al Perú en su vida diaria, cómo saca fuerzas de su frágil salud para seguir produciendo material más que relevante para la cultura peruana.

Con la entusiasta autorización del autor, se reproduce este trabajo, cuya más reciente versión apareció en Patio de Letras 3 (Luis Alfredo Ediciones, Lima, 1995), tomo en el que se reúnen 21 ensayos de Escobar sobre literatura peruana. Además de tres trabajos sobre Arguedas, hay en este libro ensayos sobre Vallejo, Garcilaso, Antonio Cisneros, Ricardo Palma, Ciro Alegría, Carlos E. Zavaleta, Blanca Varela, Carlos Augusto Salaverry, Vargas Llosa, Carlos Germán Belli, Vargas Vicuña, Ribeyro, Juan Gonzalo Rose: muestra notable de un trabajo crítico que abarca ecuménicamente a todas las épocas y oficios literarios del Perú.

Domingo Martínez Castilla
Columbia, Misuri, mayo de 1999.


 

Conocí a Pedro Lastra por obra y gracia de José María. Los lectores están enterados que, por años, Arguedas viajó regularmente a Chile y que en muchos pasajes de su obra escrita o en conversaciones y reportajes que han sido publicados, cuenta que Santiago, o en general el pueblo de Chile, le dio el aliento que le hacía falta encontrar. Aparte de razones médicas o sentimentales, es evidente que la trabazón emocional de Arguedas con lo que a su entender era lo chileno, surgía de una serie de fuentes conectadas a sus intereses de escritor y de científico social, y que en la raíz misma de su hontanar tenían un signo cualitativo: la amistad. La primera vez que Arguedas conversó con Pedro Lastra fue en un encuentro de escritores realizado en Concepción (1962). La simpatía inmediata hizo el resto. A Arguedas lo conmovió la amistad de ese joven chileno, nada fatuo ni académico y, por el contrario, humilde, a pesar de su competencia en cuanto toca a las letras hispanoamericanas. Advirtió en seguida su vocación por el diálogo como un arte de la socialización humana, si se basa en la prudencia del saber escuchar y opinar y preguntar a tiempo; es decir, el diálogo practicado como un modo de ampliar el conocimiento y la experiencia, ejercicio de ideas y lección de tolerancia intelectual. Lo supo sencillo, cordial, siempre con un gesto natural, como lo retrata en 1964, con motivo de la primera visita de Lastra a Lima (Expreso 9. XII, p. 13). En esa ocasión conocí personalmente a Pedro y asistí a sus presentaciones en la Casa de la Cultura y en San Marcos, y su voz me acercó muy sagazmente a la poesía y prosas chilenas recientes. Ya antes había leído y admirado la información y juicio crítico de algunos de los primeros trabajos de Pedro, los que conocí por la mediación entusiasta de nuestro inolvidable José María.

Con este signo marcado por José María Arguedas, se inició una amistad con Pedro Lastra, sentimiento entrañable compartido entre los viajes, las cartas, las remesas de artículos y recortes, presidido siempre por ese culto que José María profesaba e irradiaba entre los que lo queríamos bien. En él depuramos la convicción de que el hombre de letras que no olvida que lo es, cultiva el placer de escuchar y de admirar, Por eso, escribo estas líneas con un doble propósito: explicar al lector de estas páginas que mi homenaje a Pedro está ligado al recuerdo de nuestro común José María. Por él nos conocimos y con él iniciamos un itinerario que empezó encontrando un camino a los jóvenes de nuestros países, sociedades hermanadas por tantos rasgos comunes y distanciadas por equivocados antagonismos, pero, con el tiempo, esta lección la fuimos aprendiendo entre todos, y en parte, también la fomentó José María con su obra y los horizontes que ella abría, y así nos devolvió la certeza de que ser latinoamericanos no era un azar, no era una nacionalidad, tampoco es hablar un idioma o dos o tres, sino un compromiso con muchos hombres y mujeres de nuestras regiones. La escritura y la lectura conforman el crucero donde nos encontramos algunos de nosotros y algunos de los que leen aquello que, finalmente, tiene su destinatario primero dentro de esa multitud desconocida.

Cuando murió Arguedas, como todos los amigos que lo habíamos frecuentado en los últimos años, no conseguí reponerme del impacto que sufrí. Por meses no pude escuchar sus grabaciones ni leer sus libros. En el aniversario de su muerte fui invitado a dos actuaciones en las que se conmemoraba la fecha de su deceso. Entonces escribí unas pocas páginas, en las que reunía las razones principales por las cuales la escritura de Arguedas era, para mí, un fenómeno ejemplar. Que conste que ahora hablo de la escritura creativa y no del hombre y de otras actividades que cumplió en su fecundo trajinar cultural. Hablo de la escritura, tal como era percibida por los lectores devotos de Arguedas, y también, además de las obras clásicas, de lo que entonces se conocía de su anunciado libro póstumo. Es comprensible que esas páginas mías quedaran guardadas como un acto de pudor fraternal. Años después, reganada la serenidad, me decidí a publicarlas en un diario limeño (Última. Hora, Lima, 19.1.1976, p. 11). Entonces se me ocurrió que era justo dedicar ese artículo a Pedro Lastra, y ese es ahora el trabajo que sigue a esta introducción. Sólo puedo agregar que ese fue el germen del libro actualmente en prensa, el cual tiene su lejano antecedente en el trabajo dedicado a Pedro y en la más remota lectura que hice en el Instituto Nacional de Cultura del Perú, al año de la muerte de Arguedas.

Dado el tema y el curso de los acontecimientos relatados, no encuentro modo mejor de expresar mi homenaje al poeta de las intensas Noticias del extranjero y de tantas lecciones escritas o habladas, como él lo hace, sin pedantería, casi excusándose de sus conocimientos y de su horror a la sinonimia.

Continúa

© Alberto Escobar, 1999
Ciberayllu

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